domingo, 11 de septiembre de 2016

Todo sobre el autor de "Tristan e Isolda": Joseph Bédier


La historia del amor "involuntario, irresistible y eterno" de Tristán e Isolda, que se prolonga durante toda la vida e incluso después de la muerte, atrajo con fuerza, ya desde sus inicios, a quienes la escucharon. El destino trágico de aquellos dos amantes encadenados de por vida cautivó tan hondo, que de nada valieron las reconvenciones ni los reproches de los predicadores. La historia sobrevivió con fuerza, y su presencia se hace visible aún en nuestros días. De la multiplicidad de versiones originales francesas que se ocuparon de la historia, ninguna sin embargo ha llegado completa hasta nuestros días. El extraordinario romanista que fue Joseph Bédier reconstruyó con sabiduría y precisión, a partir de los fragmentos conservados, la historia de los dos desdichados amantes. Hoy nos llega con el aliento de su primer día, y nos deja un hondo y duradero recuerdo.

El nombre de Joseph Bédier pasará a la posteridad, muy probablemente, junto a la hermosa historia del Roman de Tristán e Isolda, pero también como uno de los romanistas más influyentes del siglo pasado, que dedicó su vida al estudio de las obras más relevantes de la literatura francesa medieval, convirtiéndose en un maestro en el arte de la edición de textos antiguos bajo cuya estela se formaron otros célebres filólogos. Hombre profundamente crítico y desapasionado, entre sus obras destaca la edición de la Chanson de Roland, así como los diversos estudios dedicados a la épica medieval y a las cuestiones relacionadas a los orígenes de las obras cumbre de la literatura francesa antigua. Su vida, como su carácter, y a pesar de haber sufrido de lleno la experiencia de una guerra mundial, se caracteriza, sin duda, por un conformismo y un patriotismo sin fisuras, por un respeto por la tradición y los ancestros que su mismo padre se encargó de inculcarle. Si su maestro, Gaston Paris, fue el padre de la disciplina filológica en Francia y vivió los años más heroicos de la misma, la trayectoria vital y profesional de Bédier encarna su definitiva institucionalización. 


Bédier nació en París, pero pasó toda su infancia y adolescencia en la tierra paterna, la isla de Bourbon, hasta que, en 1883, con diecinueve años, ingresó en la École Normale en la que permaneció hasta su graduación. Parece ser que durante esta primera etapa de su formación, Bédier, cuyo talante le hizo ganarse un gran número de amigos que conservaría durante toda su vida, supo aprovechar sus años de juventud en la tumultuosa París. Como expresó púdicamente en una ocasión su esposa Eugénie, "vivió la vida de estudiante".

Una vez superados sus estudios en la École Normale, su curiosidad juvenil y la veneración que sentía por la figura de Brunetière le llevaron a pensar que su carrera no se encontraba en la enseñanza secundaria sino en el mundo académico. Deseoso de aprender más cosas de las que la École Normale le había enseñado, se dedicó a asistir a las conferencias ofrecidas por la École des Hautes Etudes y el Collège de France donde conoció al que fue su maestro, Gaston Paris, quien siempre ejerció sobre él una gran influencia y al que siempre veneró. Ya por entonces, su máxima ambición era...
orientarse a través del caos de nuestros textos antiguos, agruparlos según sus afinidades, clasificarlos, remontarse, para cada ley
enda, hasta la forma más antigua conocida... [Les legendes épiques, en EV, 16]

En su afable maestro encontró casi a un segundo padre que nunca tuvo con él ninguna palabra de reproche, ni siquiera cuando el discípulo se dedicó a cuestionar metódicamente algunas de sus teorías, especialmente, como veremos, la de las cantilenas, en su afán por llegar hasta los orígenes de las obras que estudiaba.
Una vez terminados sus estudios, la vida resultaba incierta para un romanista como él. Sin embargo, la recién inaugurada universidad católica de Friburgo se lanzó al reclutamiento de profesores jóvenes. Entre los pocos franceses contratados estaba Bédier. Durante los dos años que estuvo en ella, nuestro biografiado trabajó con la escrupulosidad que le caracterizó durante toda su vida, pero el pesado ambiente católico de la universidad resultaba difícil para su agnosticismo manifiesto en materia de religión que le hicieron presentar, en una ocasión, su dimisión, que fue denegada.
Terminada su etapa suiza, en la que se inicia su carrera investigadora, Bédier regresa a Francia en 1891 para ocupar una plaza en la Facultad de Letras de Caen. El cargo le permite, por fin, y para alivio de su futuro suegro, preocupado por los avatares económicos del joven romanista, contraer matrimonio con Eugénie Bizarelli pocos meses después de su nombramiento. Recién casados, los nuevos esposos se dirigen directamente a Caen donde Bédier debe empezar a dar clases. De los años transcurridos en esa ciudad se sabe muy poco, pero lo más probable es que se dedicara concienzudamente a sus clases y a la redacción de sus tesis doctorales que leyó en la Sorbona dos años más tarde, el 27 de mayo de 1893. Les Fabliaux, su gran tesis, fue la primera obra que le permitió hacerse un nombre en el terreno de la romanística. En esta obra destaca ya la que va a ser una de sus preocupaciones más constantes: el problema de los orígenes. Movido por este afán, Bédier somete a todo el corpus de cuentos estudiados a un atento examen, los clasifica, los compara. Finalmente, llega a una conclusión sorprendente frente a las teorías comúnmente aceptadas: que la tradición es menos rica y variada de lo que se había creído hasta entonces y que los textos más antiguos poseen un fondo común de elementos, dispuestos en un orden constante, que podrían remontarse a un mismo origen.
El año en que publica y lee sus tesis doctorales, Bédier empieza a trabajar en la École Normale como profesor suplente de literatura francesa. Ésta era una facultad de letras pequeña pero con una intensa actividad. Bédier se entrega a su tarea con una devoción recordada con ternura por sus alumnos, casi tan jóvenes como él, a los que supo ganarse a pesar de su timidez y su escrupulosidad. Uno de sus alumnos, A. Henry, recuerda así sus clases:

Lo que más me sorprendía era una aparente timidez y una especie de turbación algo ingenua. Todo el curso estaba escrito y Bédier (ya que no me atrevo a llamarle "el orador") tenía su copia, [leía] sin alejarse jamás de ella, o, en cualquier caso, muy raramente, y sin levantarse jamás de su silla. Sin embargo, uno podía percibir una firmeza sosegada, a pesar de dar la impresión, en ocasiones, de vacilar. [AC, 490]

Bédier se concentró para responder a la exigencia de sus alumnos consiguiendo ejercer una amplia influencia sobre ellos. Éstos significaban mucho para él, y se dedicó a ellos con verdadera vocación. En palabras de su hija,

En aquella época, mi madre le oyó pronunciar en algunas ocasiones estas palabras: "¿Mis alumnos? ¿Qué es lo que no les debo? ¡Son ellos los que me han hecho lo que soy!". Si mi padre veneró y admiró a algunos de sus maestros, amó a sus alumnos y les demostró un reconocimiento distinto, pero probablemente de igual importancia. [AC, 132]
Esta observancia estricta de su propio trabajo, ya fuera en sus escritos o en sus clases, es una de las constantes de su obra y de su vida que coincide, como recuerda Henry, con una dificultad expresiva. Bédier, a diferencia de su maestro Gaston Paris, que sabía engarzar una anécdota tras otra con naturalidad y brillantez, era escritor antes que orador y erudito. Siendo como era un prosista refinado, no sabía explicarse con soltura y, fiel a la escrupulosidad de su carácter, se perdía en el detalle, preocupado siempre por no dejar nada en el tintero. Sin embargo, la escritura no dejaba de ser también, por las mismas razones, una tortura. Bédier escribía igual que hablaba, con lentitud y de manera vacilante, buscando siempre la palabra más precisa, corrigiendo hasta la saciedad, nueve y diez veces si era necesario, en un intento de encontrar la forma precisa para lo que quería expresar. No sorprende en absoluto que sintiera cierta aversión a mantener correspondencia: escribir cartas era un esfuerzo suplementario para una persona que, como él, poseía tan poca disposición para la improvisación.
Esta escrupulosidad, unida a una búsqueda insaciable de la verdad, probablemente heredada del mismo Gaston Paris, le llevaban a no aceptar nada que no hubiera comprobado personalmente, ni siquiera las tesis de los maestros a los que tanto veneraba. Esto no significa que fuera una persona arrogante, sino todo lo contrario. Bédier se formó en la tradición literaria y reconocía sus carencias en los demás campos, incluido el de la historia medieval. Este hombre profundamente respetuoso y cortés con sus maestros era, sin embargo, meticuloso hasta el punto de no creer en nada que no hubiera analizado previamente.

A pesar de su concentración en la labor docente, Bédier supo encontrar tiempo para publicar diversos trabajos en Romania y en la Révue de Deux Mondes, alentado por Gaston Paris y Brunetière. Sin embargo, la fama y el reconocimiento definitivos le llegan con la publicación del Roman de Tristan et Iseut (1900), una historia que, hasta aquel momento, era desconocida para el gran público francés. Las divergencias que existían entre las dos versiones conservadas, la de Gottfried de Estrasburgo y la de Béroul, le llevaron a escribir, para su propio placer e intereses, "un poema francés del siglo XII compuesto a fines del XIX" [FL, 10], según las propias palabras de Gaston Paris en el prólogo. En las investigaciones previas a su reescritura del roman sobre los dos amantes medievales se reproduce la preocupación de Bédier por dar con los orígenes de una leyenda así como la búsqueda insaciable destinada a descubrir la forma en que ésta fue fijada para la posteridad. Al mismo tiempo, Bédier se propone rescatar la leyenda del wagnerismo de que ha sido objeto, en un intento por devolverle su esencialidad francesa. Se trata, en el fondo, de una misión patriótica, que enlaza perfectamente con el carácter de la obra del filólogo. Así, desde un punto de vista científico, Bédier se esfuerza por desentrañar y demostrar que las leyendas artúricas son originarias de Francia, lo que le lleva a privilegiar el texto de Béroul, algo que está en la línea de sus trabajos en la edición de textos. En esta obra se funden, necesariamente, el filólogo y el poeta. Gracias al primero, el segundo puede trabajar con un texto reconstruido a partir de las variantes y las concordancias de las versiones más antiguas conservadas de la leyenda, con un texto lo más parecido posible al que estableció la leyenda originaria. Alentado por el éxito y por un primo suyo, Louis Artus, Bédier escribió, treinta años más tarde, una adaptación teatral del texto que no satisfizo, sin embargo, las expectativas del autor. A pesar de todo, el Roman de Bédier sin ninguna duda ejerció una gran influencia en la imagen que la modernidad se ha hecho de la Edad Media.
El Tristán supone también, a nivel estrictamente personal, el punto culminante de esta etapa de la vida de nuestro biografiado, en la que, además, vio nacer a sus tres hijos: Louis, Jean y Marthe, su preferida, apodada "Bebé".
En 1903, el rápido desarrollo de la Sorbona hizo incompatible la existencia simultánea de dos facultades de letras, y la École Normale, más pequeña y cada vez más absorbida por la anterior, acabó por cerrar sus puertas. Ese momento coincide con la muerte de Gaston Paris que dejó vacantes sus plazas en la École des Hautes Études y el Collège de France. La sucesión se presentaba difícil y después de barajarse diversos nombres, Bédier fue elegido para el Collège y Mario Roques ocupó la vacante de la École. Se cerraba una etapa y se abría una nueva, probablemente la de máximo apogeo de su carrera, en la que Bédier se especializa definitivamente.
Durante los treinta años que pasó en el Collège, Bédier fue un hombre feliz. En 1903 y en 1913, gracias a la influencia que ejerció sobre antiguos alumnos americanos, fue invitado por diversas universidades y centros estadounidenses para dar en ellos una serie de conferencias que supusieron un gran éxito a nivel profesional y personal. Para él, ésta era una espléndida oportunidad para poner de manifiesto el estado floreciente de la medievalística en Francia, después de un largo periodo de influencia alemana. Su profundo sentimiento patriótico se enorgullecía con esta misión
Nuestra influencia aquí está dominada de una manera desproporcionada por la influencia alemana; y resultará fácil, con un poco de buena voluntad y de espíritu, cambiarlo, hacer que Francia tenga también su cometido en el mundo americano. (...) En Francia ignoramos totalmente los medios verdaderos para servir a nuestro país. (...) Siento que mi país descuida, por falta de información, los campos de influencia que debería explotar provechosamente. Y creo que podría, a mi regreso, trabajar para hacérselo entender. [AC, 308]
Porque Bédier era, por encima de todo, un patriota a ultranza y un republicano en política. Durante aquellos años tuvo lugar el escándalo del caso Dreyfus y nuestro autor se situó en el bando de los dreyfusardos, aunque de una manera discreta. Durante mucho tiempo asistió periódicamente a las tertulias sobre política que se celebraban todos los jueves en el salón de la marquesa Arconati-Visconti. La marquesa, de origen francés y viuda de un rico marqués italiano, heredó una gran fortuna que utilizó para financiar a la Sorbona y al Collège de France, generosidad que hizo extensiva también a Bédier. Relacionada, pues, con el ambiente artístico, intelectual y político de la época, su célebre salón gozaba de la presencia de importantes personajes de la época. El mismo Dreyfus era habitual de estas reuniones. Las opiniones del romanista acerca del caso son claramente patrióticas:

La gran lección de moralidad de la que habláis, Francia ya la ha recibido durante la saludable crisis de estos últimos años. Me atrevería a decir que ha dado esa lección todavía más de lo que la ha recibido, puesto que, ¿qué otro pueblo además del nuestro habría encontrado a tantos hombres dispuestos a sacrificar sus vidas o su pan para liberar a un inocente? [carta a la marquesa Arconati-Visconti, enero de 1904, AC, 329]

En cierto modo, Bédier manifiesta su republicanismo del mismo modo que su agnosticismo: siempre dentro de los parámetros de la tradición. Comenta con cierta ironía F. Lot que, para él, un matrimonio civil era como un pecado contra la sociedad y que, si bien escribió sobre los amores de Tristán e Iseo, habría negado tener trato alguno con una pareja que vivía en un estado tan "irregular". De la misma manera, sus tendencias políticas estaban también matizadas por su carácter conformista: a diferencia de muchos de sus contemporáneos nunca se sintió atraído por la práctica política; a pesar de tener tratos con socialistas, nunca lo fue y sentía antipatía por el marxismo. En general, no se sentía demasiado cercano a un partido político determinado. Eugène Vinaver, un alumno suyo, le definía así:

En la época en que le conocí, al igual que en sus inicios, ciertos espíritus superficiales le creían falto de originalidad. Él aceptaba el mundo tal como era, y Francia tal como era, sin interrogarse jamás acerca de los grandes problemas que agitaron a los hombres de su generación. Jamás se interrogó sobre la sabiduría y la bondad del universo civilizado. Parecía decir: "Todo lo que se hace en Francia está bien porque es francés; no está bien llevar la contraria.". [AC, 499]

Este conformismo de carácter nacional es extensivo a su desinterés por otras literaturas fuera de la francesa. Para él, respetuoso con las glorias establecidas, la literatura francesa se bastaba a sí misma. En lo que se refiere a su apariencia externa, Ferdinand Lot le define como un "gentleman" de los pies a la cabeza. Y así era. Las maneras externas le preocupaban sobremanera hasta el punto de tomar en consideración a un alumno por la exquisitez de su educación antes que por sus conocimientos de gramática. Era de trato afable y cortés, correcto en todo momento. Su aspecto exterior se correspondía perfectamente a sus maneras, y siempre vestía como si estuviera a punto de salir a la calle.
Como resultado de sus clases dedicadas a los cantares de gesta nace otra de sus grandes obras: Les legendes épiques (1908-1913). Lo que inicialmente no era más que un examen de los textos con la finalidad de explicar la formación de algunos ciclos épicos, terminó por convertirse en un cuestionamiento de una teoría tan reconocida como la de las cantilenas de Gaston Paris. Él mismo la había aceptado durante muchos años, hasta que los cursos que dio sobre cantares de gesta en el Collège le hicieron profundizar sobre el tema ante las dudas que iban apareciendo a propósito de los orígenes de estas composiciones y movido por una búsqueda obsesiva de la verdad. Su intención no era la de contradecir, ni mucho menos, a su maestro.
Yo no lucho contra esa teoría. (...) Únicamente intento verificar cuáles son los personajes verdaderamente históricos de los cantares de gesta, los testimonios de los acontecimientos verdaderamente históricos. Me parece evidente que, valiéndose de la teoría general de las cantilenas, se han admitido demasiadas identificaciones arbitrarias. [carta a Ferdinand Lot, 2-3-1906, en FL, 46]

La teoría propuesta por Bédier en Les legendes épiques supone uno de los descubrimientos más audaces en el mundo de las letras. Según ésta, los cantares de gesta que relatan las luchas de la época carolingia no son contemporáneos de los hechos que relatan sino que fueron escritos en el siglo XI. Esta teoría da al traste con la teoría popularista de Gaston Paris que defendía que los cantares de gesta son fruto de la compilación de las canciones lírico-épicas compuestas inmediatamente después de una batalla. Según Bédier, los cantares de gesta nada deben a un pasado como éste sino que son obras compuestas por poetas conscientes de su arte. Así nace la teoría individualista y, con ella, la polémica a la que hay que añadir la causada por la publicación de su edición de Le Lai de l'Ombre (1913), que revolucionó el terreno de la edición crítica de textos, dando lugar a lo que hoy conocemos como "bedierismo" cuya divisa máxima es la identificación, entre los diversos manuscritos conservados de una obra, del mejor testimonio que pasa a ser, en cierta forma, el "codex optimus". Las tesis bedieristas para la edición crítica de textos se enfrentan claramente a la teoría lachmanniana que triunfaba en ese mismo momento. La controversia que se suscitó fue enorme pero Bédier no se dejó llevar por la polémica y no respondió inmediatamente a las críticas, aunque no por falta de interés. Polemizar se le hacía fatigoso, entrañaba una gran pérdida de tiempo, y él era prácticamente incapaz de dividir sus esfuerzos en diversos frentes. Afirma Lot que, además, Bédier no sentía un interés especial por su obra, una vez la había publicado.

Cuando en 1914 estalla la guerra, la situación cambia por completo. Su auditorio en el Collège de France se dispersa y las clases se suspenden. Bédier desea enrolarse pero su petición es denegada a causa de su edad y pasa al servicio de enfermería, por poco tiempo. Su visión de la guerra es la de un patriota convencido y optimista de la victoria, que observa, con ojos infantiles, el espectáculo.

Veo continuamente el sublime espectáculo de los trenes militares que se dirigen a la frontera. El canto de la Marsellesa los llena, así como la alegría y la confianza. Una armada tan hermosa, tan llena de fe patriótica, vencerá. [carta a la marquesa Arconati-Visconti, 22-8-1914, en AC,425]

Insatisfecho de su puesto como enfermero, decide buscar otra manera para servir a su país y pone a disposición del Estado Mayor sus conocimientos de alemán para servir al Ministerio de la Guerra. Allí le entregan los diarios de los soldados alemanes muertos que son la base de dos libritos claramente patrióticos: Les crimes allemands, d'après les témoignages allemands y Comment l'Allemagne essaye de justifier ses crimes. Sobre la redacción de este encargo tenemos noticia gracias a la correspondencia mantenida con la marquesa de la que destaca, como no podría ser de otra forma, un patriotismo desmedido. En una carta dirigida a la marquesa afirma, incluso, que estos dos libritos le reportan mayor orgullo que Les legendes épiques!

Las obligaciones de Bédier con el Ministerio de la Guerra le mantuvieron alejado de la docencia hasta 1920, año en el que ingresa en la Académie française, sustituyendo a Edmond Rostand. Éste fue uno de los muchos honores y menciones que le fueron dedicados a lo largo de su vida, y no sólo en Francia. Él los recibía con sencillez: "una condecoración más. Me siento halagado" [FL, 14]. Con la llegada de la paz, sus admiradores esperaban con expectación que dedicara sus esfuerzos a algún tema nuevo. Sin embargo, no fue así. Renunció a tratar sobre lírica y dejó la problemática de la influencia de la literatura latina a su amigo y compañero Edmond Faral. Por el contrario, anunció nuevos cursos sobre la Chanson de Roland, centro de Les legendes, que provocaron una desilusión general. ¡Otra vez un trabajo sobre épica! Sin embargo, de esos cursos acabó por salir una nueva edición de la obra que publicó en 1922, continuando con la línea iniciada en la edición de Le Lai de l'Ombre y de acuerdo con su polémica teoría individualista.
La minute sacrée o el poeta, explotanto quizás alguna tradición frustrada, concibió la idea del conflicto entre Roland y Olivier. La Chanson de Roland podría no haber existido: EXISTE PORQUE EXISTIÓ UN HOMBRE. Es el regalo gratuito y magnífico que nos ha hecho este hombre, y no una legión de hombres. [Les legendes épiques, en EV, 25]
El hombre del que habla Bédier es, incontestablemente, el anónimo autor del manuscrito de Oxford al que el filólogo dio preeminencia por encima de todos los testimonios conservados de la leyenda rolandiana. En su edición, Bédier combina su carácter innovador a su marcado patriotismo: se opone a sus predecesores franceses al presentar una interpretación laica del texto; frente a los alemanes, matiza el racionalismo dado por éstos a la lengua del manuscrito de Oxford. Su edición es una auténtica apología de la escritura, de la escritura de un hombre, un poeta, dedicado concienzuda y amorosamente a su obra.
Entre ese mismo año y 1924 trabajó, junto a su antiguo compañero de la École Normale, Paul Hazard, en una nueva Histoire illustrée de la littérature française de la que únicamente se reservó para sí el capítulo dedicado a los cronistas y, curiosamente, el dedicado a Boileau, probablemente a causa de su desbordante trabajo o deseoso de dar una oportunidad a sus colegas de talento. Por ello cedió a Faral y a su protegido Louis Foulet las partes específicas que versan sobre la Edad Media. Hay un contraste evidente entre el Bédier de antes y el de después de la guerra. Después de 1918 la carrera del romanista se inclinó más a ejercer una función pública: se multiplican los reconocimientos de instituciones públicas, francesas y extranjeras. En 1929 es elegido director del Collège de France, tarea a la que se dedicó con su habitual sentido del deber a lo que hay que añadir el hecho de que su nombramiento coincidiera con un momento de total renovación de la institución. Él, que siempre reconoció su dificultad para las matemáticas, se convirtió en un fino contable. Fue bajo su dirección que se creó un puesto de profesor de "Poética" que ocupó Valéry, a pesar de las diferencias intelectuales que existían entre ambos. Se lanzó de lleno a la tarea de director porque estaba convencido de que el Collège de France era "el honor de Europa" [FL, 13] a pesar de que la realidad era otra muy distinta. 

Sin embargo, su dedicación administrativa al Collège y su papel de académico fueron en detrimento de su propia carrera investigadora. A partir de 1928, Bédier apenas escribe nada relevante. En 1936, con setenta y dos años, se retira y abandona con resignación, y con todos los honores, el centro al que había dedicado más de treinta años de su vida. Parecía que ahora tendría el tiempo y la salud suficiente para dedicarse a los proyectos abandonados, para reanudar las polémicas que había dejado, ocupado en otros quehaceres. Sólo un pequeño trastorno le obsesionaba: le habían prohibido fumar. Sin embargo, contra todo pronóstico, no llegó a tener el tiempo necesario para ello, puesto que murió de repente en Grand Serre el 29 de agosto de 1938 a causa de una congestión cerebral.

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